lunes, 21 de marzo de 2016

Monstruos de la razón






Es otra historia engarzada en la misma Historia: la de las oscuras influencias de que fue beneficiaria - y a la vez víctima - Occidente desde principios de siglo y, en especial, desde 1918.

Finalizada la Primera Guerra Mundial, Europa despertaba de una pesadilla poblada por los monstruos de la razón, y abría las esclusas, indiscriminadamente, al misterioso río del inconsciente freudiano y a todas las corrientes irracionalistas, desde el refrescante surrealismo a los otros "ismos" del brazo en alto, mucho menos saludables. Una tormenta mítica que se enreda con los últimos coletazos del romanticismo nacionalista del siglo XIX y que afecta por ello especialmente a los últimos países donde arraiga el sentimiento nacional: Rusia, Italia, y en particular Alemania.




El "retorno" de los brujos, no es cosa de hoy, mas bien de las primeras décadas del presente siglo. Y fue así como el destino quiso que Hitler fuera el catalizador de sus manifestaciones tenebrosas. Lo quiso hasta el punto de hacerlo nacer - un 20 de Abril de 1889 - en el pueblo austríaco de Braunauam-Inn, cercano a la frontera bávara, tradicionalmente considerado un centro de médiums y videntes. Poca gente sabe que dos famosos médiums, los hermanos Schneider, nacieron en el mismo pueblo, y que uno de ellos tuvo la misma ama de cría que Hitler.


Los que creen como Jung, que ciertas "casualidades" tienen sentido, no dejan de subrayar esta coincidencia, ni tampoco el hecho de que un niño de diez años llamado Adolf Hitler formara parte del alumnado de una peculiar abadía benedictina, la de Lanbach, cuya particularidad consistía particularmente en estar plagada de cruces gamada

El nacionalismo alemán se solidificaría, manu militari, bajo la férula del canciller Bismark, pero necesitaba recurrir al mito para aglutinarse en la conciencia del pueblo. Las precoces cruces gamadas de la Abadía de Lanbach fueron fruto de esa afanosa búsqueda del mito que había emprendido, como algunos otros iluminados, el abad Théodorich Hagen. El catolicismo de éste no le impediría ser un profundo conocedor de la astrología y las ciencias ocultas, ni interpretar el Apocalipsis de San Juan en un sentido mesiánico y milenarista. 

De hecho, formaría parte de un número creciente, el de los que empezaron a reconocer la llegada de un "Mesías" que salvaría al pueblo alemán - depositario genuino del legado ario -, tanto de sus enemigos interiores como exteriores.

Las cruces gamadas de la abadía de Lanbach, donde el niño Adolf Hitler le nace la fervorosa vocación del sacerdocio, son consecuencia de un viaje "iniciático" que al parecer emprendió el abad Hagen en 1856 al Próximo Oriente.



En su itinerario se incluiría una visita a Jerusalén, antigua ciudad-estado de los caballeros templarios, y a ciertas zonas del Cáucaso, presumible cuna de la raza aria y donde la esvástica, al igual que en la India, estaba considerada el estandarte solar de un pueblo emprendedor de conquistas por naturaleza.


La abadía de Lanbach fue, asimismo, un poderoso foco de atracción para los iniciados en los secretos del templarismo, esa mística del "mitad monje, mitad soldado", cuyas reminiscencias, siquiera formales, tanto eco tuvieron en la España franquista. No era extraño, por tanto, que otro peculiar monje, cisterciense en este caso, visitara allí a sus hermanos benedictinos. Hablamos de Adolf Joseph Lang, a quien el pequeño Adolf Hitler tendría ocasión de ver transitar muchas tardes paseando por el claustro de la abadía con un libro en las manos.
Lang, rubio y de ojos azules, era un ario frenético que había encontrado en la Orden del Cister - reformada en la Edad Media por Bernardo de Claraval, el autor de la regla templaria- un impensable abrigo para sus delirios racistas. 


En 1900, poco después de su paso por Lanbach, se trasladaría a Viena, donde fundaría la Orden del Nuevo Temple, de la que se proclamaría Gran Maestre, asegurando que había recibido la iniciación nada menos que de un sucesor clandestino de Jacques de Molay. Como se sabe, el último Gran Maestre del Temple murió en 1314 en una hoguera levantada en París por Felipe el Hermoso. En todo caso, hay evidencias de que no por ello desapareció la mística templaria, lo que explicaría por ejemplo, que al rodar en el cadalso la cabeza de Luis XVI, una voz anónima gritase entre la multitud revolucionaria: "¡Has sido vengado, Jacques de Molay!".


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