lunes, 21 de marzo de 2016

Desde Viena, el ocultismo se desplaza



La misma mística, si bien deformada por un racismo delirante, aparecería cinco años después en Ostara, una revista esotérica quincenal que adoptó como enseña la cruz gamada, publicación que tendría en el ya adolescente Hitler a uno de sus más apasionados lectores desde su llegada a Viena, trocada ya su vocación sacerdotal por la pictórica. La revista la publicaría precisamente un tal Georg Lanz Von Liebenfels, a quien ya conocemos como Adolf Joseph Lang.




El sedicente templario derramaría en la revista sus enfebrecidas elucubraciones: los no arios son seres no-humanos y pueden situarse en la escala evolutiva apenas por encima del mono; la historia no es otra cosa que la eterna lucha del Bien, encarnado en la raza aria, contra el Mal, que representan semitas y jafeítas.



Los arios son la "obra maestra" de los dioses, y están dotados de fantásticos poderes paranormales, emanados de "centros de energía" y ciertos "órganos eléctricos". Estos "poderes" aseguran la supremacía absoluta de la "raza superior" sobre cualquier otra. Los templarios han sido depositarios de secretos guardados durante milenios en centros iniciáticos del Himalaya, técnicas ocultas que permiten el "despertar de los dioses" en el corazón del hombre ario, dormidos a causa de la negligente tendencia a mezclarse con otras razas "inferiores"...

La Viena de principios de siglo ardería en esa peculiar calentura ocultista que se propagaría por todos los países germánicos durante la Primera Guerra Mundial, y que conocería su apogeo en el difícil e inestimable clima de la República de Weimar. Astrólogos, videntes y profetas pulularon en la decadente capital de un imperio que se derrumbaba, cumpliéndose así, una vez mas, el postulado de Goethe: "En el ocaso de las civilizaciones aparecen los fantasmas".

También las sociedades secretas de carácter esotérico proliferaban como hongos. El barón Rudolf von Sebottendorf crearía en 1912 la Sociedad de Thule, obsesionada por los mitos del Sambala y el Reino de los Hiperbóreos, de la que algunos destacados nazis, entre ellos Rudolf Hess, formaron parte. En 1918, en plena derrota alemana, Karl Haushofer, propagador de la llamada Sociedad de Vril y poco más tarde recaudador de contribuciones del Partido Nacional Socialista, haría apogeo de la kundalini al servicio de la raza aria mientras se encontraba en Munich, cuna del movimiento hitleriano, justo en el momento en que esta ciudad desplazaba a Viena como capital centroeuropea del esoterismo.



Hitler aspiró ese ambiente viciado directamente y a pleno pulmón, alimentando en el su poderosa imaginación, cualidad indispensable de todo mago, ya sea blanco o negro. La leche que nutrió a uno de los hermanos Schneider, por otra parte, tal vez le confiriera ciertas facultades mediúmnicas. Según contó el mismo, durante la guerra mundial de 1914-1918, y mientras estaba cenando en una trinchera con varios camaradas, "repentinamente -explico- pareció que una voz me decía: "levántate y ve allí". La voz era tan clara e insistente que automáticamente obedecí, como si se tratase de una orden militar.

De inmediato me puse de pie y caminé unos veinte metros por la trinchera. Después me senté para seguir comiendo, con la mente otra vez tranquila. Apenas lo había cuando desde el lugar que acababa de abandonar, llegó un destello y un estampido ensordecedor. Acababa de estallar un obús perdido en medio del grupo donde había estado sentado; todos su miembros murieron"
 

(de una entrevista periodística con Janet Flanner).

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