viernes, 22 de julio de 2011

¿Por qué se gastan los sentimientos?


Me preguntaban, por la calidad de esos sentimientos y esas ideas que han perecido ante los embates del tiempo.

¿No serían, acaso, tan frágiles como la materia del cuerpo, y aún más, puesto que no han durado lo que la vida completa de ese mismo cuerpo? ¿No serían ensueños, espejismos, sombras apenas, a las que en la ignorancia algunos se aferran por un momento, para desmoronarse luego con el desencanto de una ilusión pasajera?

Y, sin embargo, podríamos preguntarnos por otros ejemplos, totalmente opuestos a estos que acabamos de mencionar. ¿De qué naturaleza son los sentimientos que vencen las barreras de la vida y de la muerte, que reaparecen una y otra vez con la misma perseverancia del sol por las mañanas?

¿Qué decir de esas ideas firmes que inspiran toda una existencia y que son lo suficientemente sólidas como para seguir alentando a otros hombres? ¿No son de esta estirpe los científicos que buscan y trabajan incansablemente, heredando aspiraciones y esfuerzos unos de otros, hasta conseguir sus propósitos?

¿No lo son los místicos que aman a Dios en todas las cosas y sobre todas las cosas? ¿No lo son los Romeos y Julietas, los Paris y Helenas, los artistas perpetuamente enamorados de su arte, los filósofos, seguidores incansables de la sabiduría atemporal?

¿Es que no existen, pues, los elementos sólidos, perdurables, ejemplares, en los planos subjetivos? ¡Claro que existen, claro que son posibles!

Solo hay que saber dar con ellos, no dejarse engañar por las falacias ni dejarse caer ante las pruebas de la vida. Nada valedero se consigue sin esfuerzo, y ningún sentimiento o idea que valga lo bastante como para regir todo nuestro camino ha de venirnos sin más, sin conquista y sin lucha por la conquista.

Aquello que se desgasta lleva en sí el sello de lo falible. Dejemos, pues, que se desgaste, que siga su destino y, en cambio, tratemos de preservar lo que sabemos que puede constituir un tesoro y un apoyo para toda la vida, para todas las vidas.

Sepamos preguntarnos a diario por la consistencia de nuestras vivencias y sepamos, asimismo, dar consistencia a todo lo que nos ha de alimentar espiritualmente.

Construyamos mundos de ideas y sentimientos que puedan permanecer con nosotros todo nuestro tiempo, y aun mucho más, como para volver a encontrarnos con ellos cuando nos llegue, como a todas las cosas, el momento de recomenzar y reconocernos.

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